Llueve. Pedro de Heredia ha recorrido desde hace varios días los laberintos de tierra y agua, de la aldea indígena Kalamarí, buscando un punto cerca al agua donde fundar la ciudad que ha decidido bautizar Cartagena de Indias. La aldea al pie de la bahía y frente al mar, tiene según él, un parecido en su estructura, a la ciudad española de Cartagena del Levante. Tuvo varios nombres en mente, pero el de Cartagena de Indias resonó y se impuso en su memoria. Pedro siempre se guiaba por los nombres del santoral cristianio, pero las sílabas del nuevo nombre lo sedujeron de entrada. Los primeros habitantes eran hombres serenos, del color del barro suave del invierno o de color del pan recien horneado, pero tenían el cabello negro, tan negro y brillante como las crines de los caballos. Pero a Heredia le sorprendió la sigilosa y esquiva belleza de las mujeres indígenas y la malicia aguerrida de sus hombres.
Sabían moldear vasijas de barro, sembrar maíz, disparar flechas envenenadas con mandioca (yuca), creían en los dioses de la luna y el sol, y en las noches de tormenta, se volvían aún más silenciosos. Y en los días de celebrar se embriagaban con el maíz fermentado y tocaban la música de los caracoles. El oro era para ellos ceremonial y metal de culto, pero nunca los puso a delirar como a los españoles, porque el brillo del oro nunca les despertó codicia, sino admiración y respeto por su belleza. Se veían en los espejos del agua, no conocían la cruz ni las espadas, los caballos, el espejo y el vidrio, pero conocían y festejaban a los colibríes, las ranas y les maravillaba la belleza de los jaguares. Pero la huellas de los caballos en la tierra, dejaron entre ellos, un sobresalto de pánico, como si se acercara un ventarrón.
Heredia, antes de partir
Pedro de Heredia, al igual que los conquistadores que salieron de España, con el sueño de fundar ciudades, era un hombre joven y temerario. Había enamorado a Constanza Franca, que había enviudado dos veces, y pidió que le prestara el dinero para llegar a estas tierras. Constanza era dueña de una hacienda en Prado de San Jerónimo, en Madrid, heredera de una una fortuna, de la cual Heredia utilizó dinero para pagar deudas y encarar sus líos con la justicia de la época, precisa el escritor Arturo Aparicio. Heredia se basó en las rutas que le entregó la Casa de Contratación, y se comprometió traer a su regreso un detallado informe de lo que encontraba en América: vegetación, fauna y flora, qué pájaros volaban en el cielo americano, qué peces nadaban en las aguas del Caribe. Los conquistadores eran muchachos jóvenes ilusionados con enriquecerse antes de regresar. Muchos de ellos, eran soldados desempleados que habían luchado en la guerra de reconquista ibérica contra los infieles, señala Aparicio. Eran capitanes osados, traviesos y soberbios.
La india Catalina
La india Catalina, nacida en Galerazamba. fue raptada siendo casi una niña por Diego de Nicuesa, y luego, cayó en las manos de Heredia, que le enseñó el español y la convirtió a la religión católica. Catalina solo protestó contra Heredia, cuando ya convertida a la religión y devota del rey de España, descubrió que Heredia no enviaba a España todo el oro que saqueaba en las tumbas de los indígenas. Después de esas denuncias, la india Catalina quedó silenciada, ignorada y borrada para la historia. Vino a reaparecer como estatuilla del festival de cine en 1960, y como escultura en 1974, pero era la indígena que estaba sentada en una piedra bajo una palmera en el escudo de la ciudad. Y recuperada para la historia en una investigación del médico y músico Hernán Urbina Joiro.
FUENTE EL UNIVERSAL