“…toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá”. Mateo 12:25
“La historia se repite. Ese es uno de los errores de la historia.”, dijo Charles Darwin. La pugnacidad por la que pasa el alcalde de Cartagena con su cuerpo coadministrador, no es nada nuevo, también pasó cuando en 1994 los cartageneros, contrariando la voluntad de las maquinarias políticas del momento decidieron escoger como su alcalde al ex gobernador de Bolívar, Guillermo Paniza Ricardo, y no a Héctor “Tico” García Romero, al que las pagadas encuestas daban como seguro triunfador.
El “Tico” García, como lo conocen, significaba, como sucedería este octubre pasado, el continuísmo en el gobierno al pretender remplazar en el solio de la Aduana a su primo, el mal recordado alcalde Gabriel García Romero, y el mismo que le cedió, algunos dicen que le regaló, a la naciente Sociedad Portuaria el paquete accionario que el distrito de Cartagena tenía en tal empresa de puertos.
Paniza, el alcalde que nos gobernó entre 1995 y 1997, le sucedió con el Concejo que conjuntamente fue elegido con él, lo mismo, y casi que calcado, lo que le sucede a William Dau Chamat, el mandatario elegido popularmente por los cartageneros y el mismo que ha sobrevivido a conteos y reconteos de votos por parte de los que todavía no aceptan la voluntad de los ciudadanos.
El entonces alcalde Paniza Ricardo sólo tuvo de los diecinueve concejales de la época al abogado Julio Varela Escudero como su único aliado en el Cabildo, los otros dieciocho, como sucede ahora con muchos de ellos, y después de veinticinco años, repiten la historia de enfrentamientos; una historia de oposición al gobierno, venida, naturalmente, como ahora, repito, producto de la derrota del alcalde que ellos querían tener para coadministrar, a su manera, la ciudad, lo cual por no lograrlo reflejan a través del encarnizamiento contra el gobierno elegido democráticamente.
De aquella enconada y proterva oposición de los concejales de ese momento se recuerda que, por causa de la misma, esos a los que aún se insiste en llamar como Honorables, llevaron a la asfixia económica a la administración de la ciudad provocando con su egoísmo e interés particular no sólo que se dejarán de pagar los salarios a los empleados de la alcaldía por un tiempo cercano a los diez meses, sino, que, además, se dejaran de hacer obras importantes para la ciudad.
De esa época recordamos, entre otros, a los concelajes Cecilio Montero Castro, José María Imbett Bermúdez, Alberto Barboza Senior, Germán Viana Guerrero, David Dáger Lequerica, Jorge Lequerica, Javier Cáceres, Alfredo Díaz Ramírez y Argemiro Bermúdez, de los cuales la historia ha dado cuenta de ellos.
Hoy, como hace 25 años, en el Edificio Galeras de la Marina y en el salón que irónica y contradictoriamente lleva el nombre de la pulcra ex concejal Josefina de la Espriella de Gómez Naar, algunos de los Concejales, a voz en cuello y sin retrospectiva ni vergüenza alguna predican de honestidad cuando todavía tienen cuentas pendientes con la justicia, y cuando su paso por entidades distritales los ha llevado a tener no sólo que afrontar investigaciones fiscales y disciplinarias, sino a hacer lo que en política se conoce como “el vómito negro”, los cual no es más que devolver el dinero del que delictivamente se apropiaron.
Pero siempre surgirá la pregunta, ¿cuándo comenzó a mancillarse ese noble título de Honorable que llevan los Concejales, como los de Cartagena? Esa será una pregunta que por ahora seguirá sin respuesta y que estará en la atmósfera política de Cartagena mientras los ciudadanos, en su mayoría, sigan votando por una OPS que le ha prometido su elegido Concejal.
“No son los títulos lo que honran a los hombres…” dijo Maquiavelo.
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