Xi Jinping es un planificador nato. En su ascenso al poder se hizo fuerte gracias a una inclinación natural a sortear obstáculos, lo que en China es una cuesta más empinada que en cualquier otro ambiente. El líder tiene el don de la contemporización, mientras ella es útil a sus fines. No evidencia emociones, pero en su núcleo medular es fuerte como un roble y solo negocia y hace concesiones cuando se encuentra atrapado y frente a las cuerdas. Para ello se esfuerza en nunca estar en desventaja y en no mostrar debilidades.
La llegada de un contendor de talla a la Casa Blanca, lo coloca frente a un reto inmenso en el momento en que su país evidencia signos de una debilidad que se ha estado tornando irreductible, lo que convierte al gran gigante de Asia en un enclave más vulnerable ante una agresión comercial estadounidense.
El líder lleva años preparándose para hacer de su país la batuta principal en el concierto planetario. La idea de tener de contraparte a la primera figura norteamericana lo ha obligado a dotar a su país de una sólida capacidad de retaliación y lo viene haciendo en lo comercial desde bastante antes de la primera administración Trump, la que lo encontró con los pantalones en las rodillas. Un elemento se manifiesta en la capacidad inmediata de reaccionar si desde el otro lado una agresividad comercial extrema hace entrada en el escenario. Otro es la preparación que Xi ha estado armando para responder de manera instantánea si las condiciones de los intercambios desmejoran o Washington se torna más agresivo y Donald Trump se anima a tirar la primera piedra.
En los años pasados una panoplia de leyes antisanciones extranjeras han sido puestas a punto y solo esperan un disparador para activarse. Entre ellas hay normativas de exportación draconianas para ser usadas como armas de defensa para proteger sus intereses, además de la articulación de una vasta lista de empresas foráneas susceptibles de penalización en caso de agresión comercial externa. En julio de este año cerca de 1.500 empresas americanas estaban en esa canasta. Lo mismo existe a nivel de las áreas de producción tecnológica en las que China es líder como es el caso del litio y las tierras raras, en las que se ha estado fortaleciendo su capacidad de bloqueo mundial.
Las amenazas proferidas durante la campaña de Donald Trump no dejan espacio sino a una sola interpretación: es preciso estar en guardia. El ahora electo mandatario republicano propuso nuevos aranceles para las importaciones de mas de 60% de las importaciones chinas. Ello amenaza no solo la economía china sino a las cadenas globales de suministro. Los expertos del gobierno han estado trabajando en hacer a las cadenas tecnológicas más resistentes a una disrupción de este género y en desarrollar y expandir el comercio con países no alineados o menos alineados con los Estados Unidos. Es que el cálculo del escenario extremo ya ha sido hecho: en el caso en que el coloso asiático no logre acceder al mercado americano a través de terceros países, el impacto sobre la expansión de su PIB podría ser de 2,4 puntos.
Ante un panorama como el descrito, Washington no puede desestimar la capacidad de China de infligir daños. Estando ambos titanes en guardia ante una guerra comercial que desacomode al mundo entero, una de las opciones sobre las que aun nadie se expresa es la posibilidad real de negociar los términos de un nuevo acuerdo comercial.
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