“Juan Carlos Zapata se zambulle en la numerosa y variada literatura que se ha escrito sobre él, y lo lleva a viajar con sus familiares y con la pléyade de hombres con los que convivió y compartió trabajo, afanes, preocupación por el prójimo y con quienes mantuvo también fraternas disputas por puntos de vista distantes y hasta opuestos”
Por CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO
El género literario de atreverse a imitar a los grandes autores, poniendo la imaginación a volar en conversaciones imaginarias, es ocasión para comprobar el efecto multiplicador del pensamiento de los genios y resaltar las virtudes que incidan en los tiempos actuales sobre los lectores.
A comienzos del siglo XX, en 1905, don Tulio Febres Cordero, el patriarca de las letras merideñas, publicó Don Quijote en América, cuarto viaje del incansable Caballero de la Mancha y su incondicional compañero, el hombre de los pies en el suelo, Sancho Panza, quien, con sus acertados comentarios a su mentor, le dieron a la obra de Cervantes la pátina de ser una de las obras literarias cimeras de la lengua castellana. Los comentarios que ilustres escritores engalanan la tercera edición de la obra de don Tulio, en 1930, dan fe del valor que le conceden al atrevimiento de traer en el tiempo y en el espacio al hombre de la meseta castellana a tierras americanas.
La obra del cardenal José Humberto Quintero merece un trato más excelso que aplaudir la pulcritud del lenguaje; hay que adentrarse en el fino pensamiento del mucuchicero primer purpurado venezolano que, con su sentido de la verdad y la justicia, nos ha dejado retratos importantes de algunos aspectos de la vida eclesiástica y civil de la Venezuela de la primera mitad del siglo que nos precede. Me atreví, en su momento, a llevarle un escrito de mi autoría que titulé «Conversaciones imaginarias con el cardenal Quintero», y que fue de su agrado. No me atreví en aquel entonces sino a tomar al pie de la letra trozos de sus escritos con muy pequeñas glosas.
Los costumbristas y novelistas venezolanos del siglo XIX y del siglo xx nos han dejado un retrato de la Venezuela de su época, pues tanto los escritos cortos como las novelas constituyen un documento fidedigno de cómo era visto, bajo el prisma inquisidor de los hombres que piensan y les duele, el país. No son unas «entrevistas» como tal pero hay un intercambio entre la realidad y la visión que atisba el ojo del buen centinela.
Entrevistas privadas con el Dr. José Gregorio Hernández es el viaje de la imaginación y del corazón que fue creciendo «en la medida en que lo iba encontrando y conversaba con él. Personaje que de pronto descubrí inmenso y múltiple». Esta visión del autor se asemeja al grito de «José Gregorio es nuestro», de la población caraqueña en el momento de su muerte. Muchos, tal vez, no lo conocieron de vista y trato. Otros fueron sus discípulos o pacientes. Los más se fueron identificando con la viva leyenda de un hombre singular que atraía más que por la palabra por el ejemplo de su vida. Juan Carlos Zapata se zambulle en la numerosa y variada literatura que se ha escrito sobre él, y lo lleva a viajar con sus familiares y con la pléyade de hombres con los que convivió y compartió trabajo, afanes, preocupación por el prójimo, y con quienes mantuvo también fraternas disputas por puntos de vista distantes y hasta opuestos en los campos de la filosofía, de la religión, de la filantropía, y de la extraña personalidad muy venezolana y a la vez lejana de las formas ordinarias de actuar de los compatriotas. La puntualidad, la perseverancia en su vocación cristiana, en la atención a ricos y pobres por igual son algunas de las facetas poliédricas del hijo de Isnotú.
Para no dejar resquicio de que lo escrito fueron fantasías de la imaginación, es abundante, como si se tratara de una tesis de grado, la bibliografía que ofrece al final de cada entrevista el autor. «Cara a cara con el sabio»; «Campaña admirable en los Andes»; «Misión en París»; «Un carácter completo»; «Se lo tragó la tierra»; «Viaje a un mundo nuevo»; «El hombre que llama a la muerte»; «El impacto de una noticia»; «La soledad, el silencio y la renuncia»; «Un pedazo de cielo en la tierra» y «El último delirio» son los once cuadros con los que se topa el autor tratando de desentrañar el mensaje de este hombre singular que lo hace exclamar: «El Dr. Hernández ya se ha ido, quién sabe a dónde irá, qué tan lejos irá, él con su paso rápido ya estará en el otro extremo de la ciudad, o arrodillado en una iglesia pidiéndole a Dios que se lo lleve de una buena vez (…) Y ahora, mientras escribo en casa, es cuando entiendo, ahora es que caigo en cuenta, y lo comprendo, y me digo que todo es tan sencillo, Dr. Hernández: usted busca la muerte, desea la muerte, ruega a Dios en sus oraciones que le apure la muerte, porque quiere, le urge, encontrarse con Él».
Estas entrevistas privadas se unen a las muchas obras que se han escrito a lo largo de un siglo por diversos autores y en distintas circunstancias. Todas ellas ponen de manifiesto que estamos ante un hombre universal, inabarcable, imposible de encasillarlo en moldes estrechos. Por eso pedimos a Dios que su estela brille en el universo entero para bien de todos.
La enseñanza del Eclesiastés nos acompañe para buscar la auténtica sabiduría: «Me dediqué a investigar y explorar con sabiduría todo lo que se hace bajo los cielos. ¡Qué ardua es la tarea que Dios impuso al ser humano para que en ella se ocupe!…. He considerado la tarea que Dios da al ser humano para que se ocupe en ella. Dios todo lo ha hecho bueno, a su debido tiempo; también ha puesto el sentido de lo eterno en su corazón, pero el ser humano no alcanza a descubrir de principio a fin la obra que Dios ha realizado» (Ecles. 1,13 y 3,10-11). Es lo que modestamente nos ofrece este libro y es a la vez una invitación a seguir indagando en el pozo de la sabiduría que Dios da a quienes se acercan tanto a Él que tocan la inmensidad de la santidad.
Mi más sincera felicitación al autor y a los mecenas que hacen posible que llegue a muchas manos, a nuestro pueblo necesitado de noticias de amor y de unión, llegadas a nosotros a través de José Gregorio Hernández.
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